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Eterna vigencia

En el año en que se conmemoran los 150 de su nacimiento, en Moscú sucede el Festival Chéjov, donde se presentó una versión de "Tío Vania" de Daniel Veronese. Aquí, la presencia de su obra fue fundamental.

Por: Juan José Santillán

A sus primeros y últimos trabajos Chéjov los pensó para la escena. Dijo que pensaba su vínculo con el teatro similar al de "una amante impúdica y cansadora". Había allí una situación concreta de movilizar la escritura en comunión con un territorio voraz.

Sólo se planteó dejar de escribir teatro tras el rotundo fracaso de la primera versión de La gaviota . "Nunca más las escribiré ni las haré representar, así viva setecientos años", señaló en una carta. Pero volvío a la carga por insistencia de Vladimir Dánchecko, director artístico y literario del Teatro de Arte de Moscú, donde montó una versión de la misma obra y se consagró.

Desde el 17 de enero de 1860 han pasado 150 años del nacimiento de Chéjov. Una cifra redonda que cruza el calendario del teatro a nivel internacional. Y oficial, claro. Pero aparece fulgurante la imagen de la oficial repatriación a Moscú del cadáver del dramaturgo a bordo de un desvalido vagón frigorífico: fue confundido con un cargamento de ostras. Y de ese modo llegó y fue recibido.

Actualmente varios teatros y directores han montado versiones sus textos en conmemoración o por mera necesidad de repertorio. El evento más importante por estos días acontece en Moscú a través de la novena edición del Festival Chéjov. Una edición especial. Y allí estuvo invitada la obra Espía a una mujer que se mata , versión de Tío Vania , escrita y dirigida por Daniel Veronese.

Pero remontando la añeja resonancia del autor en la Argentina, su huella se extiende inalterable gracias, entre otras figuras, a las traducciones y labor pedagógica de Galina Tolmacheva, actriz rusa formada por Stanislavsky. Su intervención en la historia teatral de nuestro país, luego de huir de Rusia en la Revolución, fue crucial.

Cuenta Mauricio Kartun que "a diferencia de otros países americanos donde predominó en la actuación cierta tradición del teatro romántico, el nuestro generó una escuela del realismo absolutamente insólita. La presencia de la Tolmacheva, la Crilla y otros maestros que traían a Stanislavsky de primera mano generó una corriente de actuación distintiva en ciertas poéticas del realismo. Alezzo, Fernández, Gandolfo, Durán siguieron ese camino y formaron un pequeño mundo de actores solventes y ávidos para los cuales Chéjov representaba un modelo y una posibilidad expresiva insuperable".

Juan Carlos Gené explica que Chéjov "tuvo una enorme influencia en toda la generación de dramaturgos de la década del ´60. Fue el gran modelo junto a Arhur Miller. Pienso que el matiz chejovniano en la obra de Halac, Gorostiza y el mío, seguramente es muy notable. Chéjov apareció junto a toda la investigación seria de las técnicas de Stanislavsky. Se unieron la escritura y el trabajo del actor. Algo fundamental porque en todas las épocas históricas un modelo de dramaturgia se produce porque existe un determinado tipo de actor que puede interpretarlo." Hay algo que a la distancia resuena no tanto como equívoco sino como necesidad. Encontrar el registro por donde las tragedias humanas del autor de Tío Vania generan destellos de un humor lacerante. "He tardado decenios -dice Gené- en entender eso. Porque si alguien ve con evidencia luminosa que la tragedia de la vida se vuelve ridícula, esa persona es Antón Chejov".

En 1953 un joven Jorge Lavelli interpretada la primera versión en el país de La gaviota . Desde París, el director rememora ese trabajo de la Organización latinoamericana de teatro (OLAT). "Esa puesta marcó indudablemente mi formación y mi reflexión sobre el teatro. Descubrir Chéjov, desde las entrañas, fue para mi encontrar un sentido a mi ambición de querer ser actor. Rodríguez Muñoz, el director, seguía como referencia, el aporte de Stanislavsky en su tiempo y a menudo, sus ideas abrían perspectivas nuevas para modificar o enriquecer el comportamiento de nuestros personajes. Curiosamente, tuve la oportunidad de montar en la Opera de Río La gaviota, 20 años después de mi experiencia argentina." Hubo múltiples maneras de abordar y apropiarse de Chéjov en Argentina. Desde las puestas convencionales hasta las reescrituras más radicales como las ya citadas puestas de Veronese. En el medio también existieron inspiraciones a partir de diversos aspectos de la obra del autor ruso. Por ejemplo, cuenta Mauricio Kartun que Ala de criados partió de un clima chejovniano.

Kartún tenía ganas de trabajar "esa curiosa calma aparente en algunos de sus ambientes bucólicos - La gaviota -, debajo de los cuales unas pasiones brutas se manifiestan en relieves paradójicamente leves. Personajes aburridos que parecen hablar de vaguedades y que construyen con ellas un entrelazado poderoso. Quería escribir algo así. No lo conseguí, claro, pero al menos le aproveché el impulso" Hay una imagen que irradia el sentido con el que Kartún se apropia de los textos de Chejov. "En los '90 vi una versión de Las tres hermanas de Eimuntas Nekrosius que me reveló algunas cosas: actrices bellas y casi adolescentes seduciendo a unos milicos veteranos, gordos y pelados que eran su única alternativa. Sentí que en ese patetismo se había entendido al fin la tragedia de esas minas".

En Tres rosas amarillas Raymond Carver evocó una confesión de Chéjov cuando escribió que en su vida "carecía de una visión del mundo filosófica, religiosa o política. Cambia todos los meses, así que tendré que conformarme con describir la forma en que mis personajes aman, se desposan, procrean y mueren. Y como hablan". Chéjov sigue tejiendo episodios, incluso, en Buenos Aires, a 150 años de su nacimiento. Mantiene una contundente vigencia asentada en el resquicio de las cosas esenciales.

Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2010/06/24/_-02203658.htm

Los 90 años de un mito del teatro

REVOLUCIONO LA ESCENA NACIONAL: ADEMÁS DE SUS OBRAS Y LIBROS FUE SECRETARIO DE CULTURA DURANTE EL GOBIERNO DE RAÚL ALFONSÍN Y GANÓ INNUMERABLES PREMIOS.

Entrevista Carlos Gorostiza El autor de obras clave como “El puente” y “El acompañamiento” reflexiona sobre su carrera y adelanta sus dos nuevas piezas. Hoy celebra su cumpleaños.

PorPatricio Gómez Sánchez. Especial Para Clarín

Alguna vez, el dramaturgo y novelista Carlos Gorostiza explicó que los escritores tienen tres lugares en la vida. El primero, su espacio de trabajo, su escritorio. El segundo, la mente, el pensamiento que crea. El tercero es el mundo y su infinita capacidad de impresionar al hombre. Sentado junto a su viejo escritorio de madera, rodeado de fotos de amigos y de afiches de sus obras, “Goro”, como lo llaman sus seres queridos, es fiel a su explicación. Hoy cumple 90 años y aún mantiene el rito jovial de perder su mirada en el horizonte de Buenos Aires para escudriñar al mundo, dibujarlo mágicamente con sus palabras y encontrarse como ser humano.

Como autor y director, Gorostiza supo revolucionar la escena nacional con obras fundamentales como El puente, El pan de la locura, Los prójimos, ¿A qué jugamos?, El acompañamiento, Matar el tiempo y Aeroplanos . En plena dictadura, fue uno de los fundadores de Teatro Abierto, la máxima experiencia de resistencia cultural del país. También fue secretario de Cultura de la Nación de Raúl Alfonsín y jugó un papel determinante en el fin de la censura. Obtuvo innumerables premios y reconocimientos: ganó el Premio Nacional de Novela por Los cuartos oscuros , el Premio Nacional de Literatura y el Premio Nacional de Teatro; el Konex de Platino, el Premio Planeta por Vuelan las palomas , y fue reconocido por el gobierno de Francia como Commandeur de la Orden de las Artes y las Letras.

Una característica singular de la obra de Gorostiza es su permanencia. La mayoría de sus piezas se han convertido en clásicos y viajan por todo el mundo. Por ejemplo, en 2009 se estrenaron 15 títulos en distintos países. El último pedido que llegó a Argentores es de una compañía de Estonia, que va a subir a escena El acompañamiento , una obra que ya se vio en lugares como Sudáfrica y Finlandia.

¿A qué cree que se debe este fenómeno? Pienso que hay dos razones: que sus temas están vigentes en la sociedad y que son tratados con teatralidad, por lo que las obras no envejecen. Esto me hace muy feliz y ocurre desde mis primeros días como autor. Poco después de estrenar El puente en 1948, la llevaron a Cuba, Puerto Rico, México, Venezuela y Uruguay.

¿Qué siente como espectador de sus propias obras? Muchas veces me pregunto por qué hice esto o aquello. Hace un tiempo fui con Teresa, mi mujer, a ver una pieza mía. En un momento, le pregunto: “¿Yo escribí esto?” Es como si uno tuviera un enanito adentro que trabaja por uno. Desde el punto de vista del oficio, veo las piezas como externamente.

¿Y si analiza su obra en totalidad? Veo una coherencia, una propuesta general. Siempre trabajé mucho los textos, me critiqué y me exigí mucho. Creo que necesité más locura, fui excesivamente racional. Dirigí mis obras desde la primera y eso me llevó tiempo. Pero ya no lo hago más porque no me da el cuero. La última vez, cuando me sentaba no sentía las piernas.

¿Lo extraña? Antes, sentía que había una continuidad entre escribir la obra y ponerla en escena. Ahora, la dejo en manos del director. Eso me ha dado más tiempo. Sin embargo, no hay por qué terminar una obra todos los años: yo lo hago cuando tengo ganas locas o cuando aparecen los temas. A pesar de todo, hice como 30 obras y seis novelas, es bastante.

¿Sigue escribiendo? El año pasado terminé una obra en junio que se llama El aire del río . Se la mandé a Kive Staiff, director del San Martín, y se va a hacer en teatro oficial en 2011, la va a dirigir Manuel Iedvabni. Días después de acordar eso, me puse a leer textos postergados y de repente recordé una palabra: Capistrano. Una cosa trajo la otra y escribí Vuelo a Capistrano . Le aviso a Staiff y le digo “Te mando mi última obra”. Me corrige: “Vos no tenés última obra, tenés anteúltima obra”. Esa la va a dirigir Agustín Alezzo.

¿En qué consiste El aire del río? La pieza ocurre en tres períodos: 1800, 1900 y 2000. En el primero, los protagonistas son tres personajes de la colonia; en el segundo, inmigrantes italianos; y en el tercero, gente de hoy. En las tres épocas hay problemas en una plaza cercana y lo que sucede afuera es distinto, pero parecido.

¿Cómo elige los temas? Siempre hay un superobjetivo en la obras, consciente o inconsciente. Por ejemplo, cuando escribí El acompañamiento para Teatro Abierto vivíamos la peor época de la censura y a mí se me ocurrió una obra alrededor de un personaje al que no lo dejan cantar.

¿Qué opina del teatro argentino actual? Hay espectáculos muy buenos, muy bien dirigidos, pero sin el meollo político-social, que creo que no existe desde la época dura. Esa fue la bisagra histórica. Las dos grandes gestas de la dramaturgia nacional fueron el teatro independiente y Teatro Abierto.

¿Cómo siente la Argentina hoy? No la siento bien, la siento confusa. Es un popurrí, con una división falsa: los derechos humanos. Estos, que son tan batidos por este gobierno, no son los mismos que al principio de esa lucha. Algunas cosas uno querría que fueran de otra manera y otras que no ocurrieran.

¿Qué le pareció la participación de la gente en los festejos por el Bicentenario? Creo que toda esa gente estaba diciendo, desde su inconsciente, que tiene necesidad de patria unida. Lamento cumplir 90 porque hay muchas cosas que no podré ver. Esta sociedad así no aguanta, está en transición y se está gestando un cambio, hay algo germinando en la mente popular. Y querría seguir viviendo porque tengo mucha curiosidad por saber qué va a pasar con la condición humana.

¿Puede pensarse que su obra es su legado? Siento algo de eso. Es como una señal oculta que aparece en gente que tiene mi edad o anda por ahí. Me paran en el banco, en la calle. La otra vez una señora me dijo “gracias por lo que usted hizo por nosotros”. Creo que lo mejor que me ha pasado es que mis obras estén en la currícula de los colegios y las disfruten los más jóvenes.

Fuente: Clarín